TRIESTE de Pedro B. Rey
En este relato de más de cien páginas (que supera con creces los límites habituales atribuidos al cuento), Katsikas está en la Buenos Aires de 1977, viviendo en un departamento prestado y escribiendo un cuento de ciencia ficción sobre el fuego. La ciudad de la fantasía parece espejar la real, con vehículos blindados, atentados de pirómanos y burocracias. En esa situación, recibe una carta desde la "triste tristeza de Trieste", firmada por otro escritor, el prófugo Hermann Lilienthal, a quien no ve desde 1974. Aunque apenas pasaron unos años, "cambiaron demasiadas cosas, nada es ya lo que era", reflexiona el protagonista ante el umbral de una historia escrita con humor, elegancia y un trasfondo de desazón.
Un relato de Pedro B. Rey escrito con humor, elegancia y un poco de desazón.
Comentarios períodisticos de Clarín del 31 de julio de 2020.
En la primera línea de Trieste se señala una fecha, julio de 1977, y como la acción no sucede en Italia sino en Buenos Aires, nos ubica en la época siniestra de la dictadura argentina. En esos días, Katsikas -personaje rezos currente que da título al libro de cuentos anterior de Rey- está escribiendo una ficción en la que bandas de piromaníacos atacan la ciudad, queman autos y dependencias públicas. En tren de imaginar las motivaciones de Los Refractarios, como llama a las bandas de pirómanos, el escritor registra que “esas figuras a su manera subliman la gris, apagada realidad que lo rodea”. Pero esa realidad lo asedia, también, de maneras más inquietantes. Katsikas vive en un departamento prestado por Farkas, y le avisan que un par de personajes de anteojos oscuros habían merodeado por allí preguntando por él. Los Siniestros, los llamó el vecino, un apodo que bien podía formar parte de la ficción futurista que Katsikas está escribiendo. Esos vínculos entre la realidad ominosa y la ficción que escribe Katsikas, esa manera de ofrecer una inteligente distopía condensada es uno de los hallazgos del relato. Trieste no teme demorarse, ramificar una historia en otra, entretejer el humor con la tragedia, ofrecer la lengua como territorio de goce. Vale la pena para aquel lector que disfrute de la ficción morosa, hiperliteraria, que encuentre felicidad en ese recorrido sin ansiedad por llegar a destino.